Vivimos en un mundo que se mueve a paso acelerado. Inmersas en una cultura que valora exigirnos y rendir al máximo siempre porque ese es el camino seguro hacia el éxito. Sin embargo, en ese afán de aspirar siempre a resultados perfectos, muchas mujeres se encuentran con un obstáculo que las retrasa, e incluso a veces, las detiene por completo. Se trata de la procrastinación o el posponer constantemente y por voluntad propia tareas y actividades diarias sin razón aparente. Procrastinar se vuelve en algunos casos un hábito tan difícil de controlar que termina generando altos niveles de angustia y ansiedad.
La procrastinación se vuelve para muchas mujeres casi una pesadilla no solo porque sentimos que nos estamos quedando atrás al relegar las tareas y actividades que deberíamos ya haber completado, sino que, en la mayoría de los casos, el procrastinar nos produce altos niveles de estrés por un motivo más allá del tiempo. Y es que se trata de un concepto que carga con un enorme peso porque asociamos la procrastinación a la flojera, la falta de disciplina o simplemente a una falta de interés por aquellos objetivos que nos hemos propuesto pero que no logramos completar.
Sin embargo, al mirar con un poco más de atención, detrás de esta nube negra que cubre a la palabra procrastinación, hay procesos mucho más complejos que explican el por qué caemos en estas dinámicas y que tienen poco que ver con la flojera y mucho más con el perfeccionismo y el miedo a fallar.
La procrastinación ocurre cuando dejamos de hacer una actividad que teníamos programada incluso sabiendo que, el posponerla, nos traerá consecuencias negativas en el futuro. Se trata de tareas que de forma voluntaria decidimos re agendar y no de aquellas que por motivos ajenos a nuestro control debemos cancelar o dejar para otro día. Además, la procrastinación no solo ocurre con labores que tradicionalmente nos parecen tediosas o aburridas sino que, incluso, —y lo que para muchas resulta aún más desconcertante y frustrante— esta sensación que nos impide tomar acción nos invade especialmente cuando se trata de tareas que muchas veces nos interesan y que tienen que ver con proyectos personales o laborales en los que sí queremos avanzar y tener éxito.
Si se trata de actividades que nos interesan y motivan, ¿por qué procrastinamos?
Precisamente el no entender el verdadero motivo detrás de la procrastinación nos hace caer en un espiral o círculo vicioso del que es difícil salir. Lo que ocurre en la mayoría de los casos es que por miedo a fallar y no ser capaces de cumplir con los objetivos que nos hemos propuesto, no intentamos siquiera conquistar esas tareas que son intimidantes. Y luego, producto de esta procrastinación y de que hemos dejado para mañana lo que probablemente podríamos haber hecho hoy, es que nos invaden sentimientos de culpa, de frustración y ansiedad que nos hacen más susceptibles a volver al inicio y no sentirnos suficientemente seguras para empezar una nueva tarea o proyecto repitiendo todo el proceso nuevamente.
Especialistas del área de la psicología como el profesor canadiense Martin M. Antony se han dedicado a estudiar los vínculos entre la procrastinación y el perfeccionismo. En su libro Cuando Perfecto No Es Suficiente, el experto explica que en muchos casos la procrastinación está ligada al miedo de que los resultados que esperamos obtener de una determinada actividad, no sean perfectos. Eso, y no la apatía, aletargamiento o flojera, es lo que realmente causa la inacción.
Para las personas excesivamente autoexigentes y perfeccionistas, hasta las más pequeñas tareas pueden convertirse en un elemento que genere ansiedad porque asocian a ellas su propio valor como personas. Si los resultados de cualquier objetivo que se han propuesto no son los óptimos, su visión de sí mismas también se verá afectada de forma negativa. Y, ante esto, la procrastinación es una especie de armadura que nos protege. Si no lo intento, no puedo fallar. Si no fallo, mi valor y la imagen que tengo de mí no se verá afectada.
Y si bien en los momentos de angustia en los que nos vemos enfrentados a comenzar a trabajar en aquello que nos genera —consciente o inconscientemente— ese enorme miedo a fallar o a no ser suficientemente buenas, la estrategia de la procrastinación se abre como un camino alternativo muy tentador, no estamos considerando que esta ruta de escape tiene también un alto costo para nosotras mismas. Quizás en el momento nos produce un alivio al no tener que enfrentar la situación pero a la larga nos genera un nivel de estrés mayor. Por una parte contaremos con menos tiempo para gestionar esa tarea que teníamos por delante y que dejamos hasta último momento, pero no solo eso. Existe otra consecuencia menos evidente pero todavía más grave. El procrastinar nos protege de los errores pero también nos priva de todas las lecciones que cada equivocación nos entrega. No intentarlo siquiera nos ahorra quizás algunos momentos de emociones desagradables pero también nos impide avanzar hacia los objetivos que nos hemos planteado. Porque la forma de crecer es cometiendo esos errores a los que tanto tememos y aprendiendo de ellos.